Durante el verano el precio del barril de Brent ha caído por debajo de los 100 dólares, lo que ha generado muchas expectativas sobre el fin de las tensiones energéticas. Sin embargo, los datos ofrecen otra lectura que apunta hacia un endurecimiento de la presión sobre el precio de la energía durante los próximos meses y que podría durar varios años.

La falta de inversión en energías fósiles durante los últimos años, junto a la fuerte recuperación de la demanda post-COVID y la invasión rusa de Ucrania, que ha acelerado el proceso, han puesto al sector energético al rojo vivo. Al mismo tiempo, el incremento de los precios energéticos y los problemas de suministro han acelerado el proceso inflacionario, encareciendo los costes de producción y alimentando protestas a lo largo y ancho de todo el mundo emergente, desde África a Latinoamérica pasando por Sri Lanka. No sería de extrañar que esas protestas se puedan extender a los países occidentales si la complicada situación en la que nos encontramos perdura en el tiempo.

Pero de repente en verano, todo cambia. El impacto sobre el consumidor final en las principales economías del mundo parece amortiguarse, particularmente porque durante estos meses el consumo de gas se reduce sustancialmente. Sin embargo, todavía estamos muy lejos como consumidores, que no como inversores, de cantar victoria. La crisis energética, que no es otra cosa que una insuficiente provisión de energía fundamentalmente por la falta de inversión en los últimos años, está muy lejos de su fin e incluso puede que lo peor esté por llegar.

Precios bajo presión

El próximo invierno puede convertirse en todo un quebradero de cabeza y en un enorme agujero roto en el bolsillo para familias, gobiernos y empresas. Sobre todo, en el viejo continente. Así lo refleja la curva de precios del gas natural en Europa que se ha disparado. Los precios de los futuros del gas para los años 2023 y 2024 están repuntando muy por encima de lo previsto. Si hace unos meses había quien señalaba que esta sería una crisis de corta duración, ahora el mercado parece estar empezando a asimilar que la crisis energética puede ser mucho más prolongada. Algo parecido ocurrió con el supuesto carácter temporal de la inflación y, a día de hoy, estamos viendo inflaciones de doble dígito en la mayoría de los países desarrollados, con escasas perspectivas de bajadas en el corto plazo.

La curva de precios del gas en Europa parece indicar que la normalidad no se alcanzará hasta el año 2025. Además, actualmente, Rusia está empezando a cortar el suministro de gas a las economías europeas como elemento de presión, de manera que no puedan acumular suficientes reservas para hacer frente al invierno. Veremos si cumplen sus amenazas más recientes y también cortan el suministro de petróleo y carbón. En ese caso el problema sería aún más grave, si cabe.

Pero no es el único problema que en estos momentos azota al sector energético de Europa. La ola de calor y la sequía, que no dan tregua en el viejo continente, están empeorando la situación. En España, por ejemplo, la generación hidroeléctrica está funcionando a su segundo menor nivel de los últimos 20 años. Por su parte la eléctrica francesa EDF, la empresa que gestiona la mayor flota de centrales nucleares de toda Europa, ha advertido que probablemente reduzca la producción en algunas plantas porque la sequía está disminuyendo la cantidad de agua disponible en los ríos para la refrigeración de las centrales. Por el momento, ya ha tenido que frenar la producción de la planta de Saint-Alban después de que el nivel del río Ródano se redujera por debajo de su nivel crítico. Ahora al menos cinco centrales nucleares más están en riesgo. En total, EDF espera que la producción nuclear de Francia sea en 2022 la menor de los últimos 30 años. Esto está provocando que los países europeos estén quemando más gas de lo previsto, lo cual dificulta aún más la acumulación de stock de cara al invierno. La situación es tal que el gobierno alemán parece ahora dispuesto a hacer algo que hasta ahora ha sido un tema tabú en Berlín, prolongando la vida útil de las centrales nucleares y retrasando su cierre.

Asimismo, los suministros de petróleo siguen siendo insuficientes para calmar el mercado.  En las últimas semanas el precio del crudo se ha enfriado ante la amenaza de recesión económica, sin embargo, esto podría cambiar.  El sector está muy estresado y se encuentra operando prácticamente a su máxima capacidad.  La vuelta a la normalidad de China puede ser la puntilla para impulsar de nuevo al alza los precios. Además, la actividad de refino se encuentra en los países occidentales operando prácticamente a plena capacidad, con lo cual la industria del petróleo no se está enfrentando solo a uno sino a dos cuellos de botella. Es importante resaltar que sustituir el gas por petróleo en las centrales de generación de electricidad puede aumentar la demanda y agravar aún más la situación.

De entrada, puede haber importantes implicaciones de costes para Europa al alejarnos de los suministros habituales y buscarlos en otros lugares. La Unión Europea pagaría en promedio más por el petróleo y gas no procedentes de Rusia, mucho más que sus pares, mientras que los países asiáticos aprovecharían para comprar más petróleo ruso con grandes descuentos, como de hecho ya vienen haciendo desde que comenzó la guerra en Ucrania. Es curioso el caso de India, donde han estado importando grandes cantidades de petróleo ruso con descuento para refinarlo en su país y, posteriormente, vender los productos finales como la gasolina y el diésel a los países europeos, generando un buen margen en el proceso. De manera que el petróleo ruso termina muchas veces en las gasolineras europeas, pero a un precio sustancialmente más alto. Carece de sentido.

Al mismo tiempo, la inversión en el sector se está reactivando con excesiva timidez, ya que el discurso ESG que abanderan la mayoría de los Estados sigue demonizando el desarrollo del sector a futuro, cerrando el grifo de financiación tan necesitado por las empresas del sector. Tampoco se deciden los gobiernos a firmar contratos de suministro de GNL a largo plazo, prefiriendo contratos de corta duración (5 años) para no interferir en sus objetivos de transición energética a 2030. No obstante, los contratos de corta duración son claramente insuficientes para los proveedores de GNL, y si no existe intención por parte de los estados europeos por firmar contratos a 15 – 20 años, el GNL terminará en otras regiones como Asia. No cabe duda de que la transición energética es un tema prioritario, pero como su nombre bien indica se trata de una transición y no de un salto al vacío que haga peligrar a las principales economías del mundo. El problema de base se encuentra en la intención política de hacer la transición energética una realidad hoy, cuando todo parece indicar que va a necesitar décadas de esfuerzo, ingenio humano e inversiones multimillonarias. Al habernos centrado en las nuevas fuentes de energía, demonizando y dejando de invertir en los combustibles fósiles, nos hemos puesto a nosotros mismos entre la espada y la pared.

En definitiva, la llamada crisis de la energía aún está lejos de remitir. Los altos precios de las energías fósiles se traducirán durante unos cuantos años en elevados flujos de caja de las empresas que participan a lo largo y ancho de toda la cadena de valor del sector. El principal factor que parece podría cambiar este pronóstico es la recesión, pero el desequilibrio estructural por el lado de la oferta de hidrocarburos es tan profundo que ni siquiera una recesión parece suficiente para cambiar la realidad a la que nos enfrentamos.  La falta de inversión en el sector del gas y el petróleo durante los últimos años ha alimentado un nivel de escasez muy alto y las inversiones aún están muy por debajo de lo que se necesita para mantener los actuales niveles de producción que exigen nuestras economías.

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