Decía Nietzsche que no haría caso a ningún pensamiento que no hubiera nacido al aire libre, en la naturaleza, con la participación de todos los músculos de su cuerpo. Obedeciéndolo, en la montaña frente a mi casa que camino cada mañana, han nacido estas ideas.  

Tenemos la inteligencia, que reflexiona libremente sobre la realidad. Pero también tenemos la mente, que es otra cosa, que identifica de continuo necesidades y peligros para anticiparnos a ellos y proteger nuestra vida. Con la civilización, después de una larga tarea, hemos reducido drásticamente los peligros reales, sin embargo, el tamaño y la presencia de nuestra mente no ha decrecido en consonancia, sino todo lo contrario. Por ese motivo, aunque la realidad es ahora más pacífica y segura que nunca, nuestra mente sigue, sin descanso, fabricando miedos –pocos, muy pocos, reales; abstractos e irreales, la gran mayoría- en su afán de anticiparse, configurándonos criaturas histéricas y neuróticas. 

Decía también Nietzsche que “el método, hay que decirlo diez veces, es lo esencial, y también lo más difícil”. Es lo más difícil porque exige pensamiento, que no abunda. Y es lo esencial porque frente a la incertidumbre, la única respuesta cierta es el método. Frente a la cacareada incertidumbre que es, al fin -y por fortuna- la materia de la vida, sólo tenemos una respuesta real, la certeza sutil, secreta, que es nuestro camino, nuestra manera particular de hacer las cosas: nuestro método.  

En el caso de Cobas AM, este método consiste en no quedarse en casa, a salvo del frío y de los elementos, sino ir a la montaña cada día y poner el cuerpo y el pensamiento en relación con la realidad; no quedarse en casa, frente al mar, sino ir a su encuentro, y navegarlo –a vela, como cumple al hombre paciente-, aceptando la incertidumbre, la fuerza del viento y del mar, y todos los peligros, confiados en la atención, la paciencia y la inteligencia. En el caso de Cobas AM, el método consiste en no quedarse en la oficina haciendo modelos y abstracciones neuróticas, sino ir a las empresas a conocer al empresario, a contemplar en vivo los procesos, a pisar el terreno y a escuchar atentamente, confiándolo todo a la observación, a la larga convivencia en el tiempo, a la reflexión y a la paciencia.  

Hace unos días, le preguntaron en un periódico a Francisco García Paramés, y él respondió con naturalidad: “Sigo haciendo lo mismo de siempre”. Pudo responder lo de Nietzsche: “hay que decirlo diez veces, el método…”. Porque es a eso, al método que durante veinticinco años le dio unos resultados asombrosos, a lo que sigue, sonriente y sereno, aferrado el hombre que, como decían los antiguos, -que nadie lo dude- sabe lo que se hace.  

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