La semana pasada cometí un error que me costó un buen susto, y casi mucho más. Salía de un semáforo en rojo en mi moto y aceleré más de la cuenta al pasar sobre una reja metálica. Supongo que bajé la guardia porque hay muchos menos días lluviosos en Madrid que en Londres, donde antes vivía. La rueda trasera perdió adherencia y la moto giró sobre sí misma. En una fracción de segundo me encontré yendo marcha atrás… hasta que el bordillo detuvo el movimiento en seco, y caí a la acera. Gracias a Dios sin consecuencias graves.

Según me levantaba un peatón corrió a ayudarme, una conductora se detuvo y un guardia civil cruzó la calle hacia mí. Todo lo que articulaba a decir, medio avergonzado, era “estoy bien, la reja metálica me hizo patinar al acelerar demasiado fuerte…”. Es curioso, ya estaba intentando aprender del error cometido sólo unos segundos antes.

A lo largo de los años, había ido aprendiendo sobre los peligros para los motoristas de las líneas pintadas, las curvas aceitosas o incluso los ciclistas que no paran en los semáforos. ¡Incluso me acababa de cambiar a una moto de tres ruedas para mitigar los riesgos!

La experiencia y la memoria han ido acumulándose para protegerme, y cada incidente menor es algo positivo, siempre y cuando se aprenda de él. Serán incidentes “antifrágiles”, como explica Nassim Taleb en su excelente libro. Es curioso que me haya pasado esto a mí justo ahora, cuando he estado dándole vueltas a cuánto riesgo habrá traído para otros el alquiler por minutos de motos y patinetes eléctricos, que de manera instantánea facilitan el transporte veloz a personas que no han tenido el tiempo de desarrollar su experiencia (y que con frecuencia no llevan ni casco). ¡Perdí de vista la viga en mi propio ojo!

Pasando al ámbito de las inversiones, Daniel Kahneman describe dos requisitos clave para el aprendizaje en general que dificultan enormemente la mejora de los inversores a partir de sus errores. El primero, es el hecho de que con frecuencia los humanos necesitamos repetir el error, tropezar con la misma piedra varias veces para aprender de verdad. Y el segundo, el que la verdadera causa del error de inversión a menudo se encuentra lejos en el tiempo de sus consecuencias finales.

Respecto al primer punto, el entrenamiento de inversión no es como el entrenamiento del tenis, donde se puede pedir más y más bolas de práctica a coste marginal cero. La verdad es que el “entrenamiento de inversión” ni siquiera existe. La respuesta emocional no se puede entrenar con un portfolio de papel. Así pues, la adquisición de experiencia de inversión puede ser muy cara en dinero, e incluso costar la carrera profesional. Muchos simplemente evitan buenas inversiones y gestión activa para intentar no cometer errores y proteger sus carreras.

Respecto al segundo punto, debido a la desconexión temporal entre la acción y la reacción en inversión, se necesitan años para comprobar la robustez del proceso de inversión de un inversor y su gestión del riesgo. De nuevo nada que ver con el tenis, donde el feedback es instantáneo: la bola se golpea bien o mal, y rápidamente se ve si entra o no.

Sin embargo, en inversión hace falta mucho tiempo, pasar por varios ciclos, fuertes caídas generalizadas y fuertes subidas, situaciones de 5-desviaciones típicas de esas que ocurren mucho más a menudo de lo que predice la estadística de mercado. Y cada acontecimiento, cada error y cada acierto será un examen que confirme o que sentencie, que demuestre si se preserva el capital y que permite evaluar la respuesta emocional del inversor, así como su capacidad de aprender de dicho error.

Los inversores también pueden aprender de errores que pudieron costarles, pero en que su buena fortuna les salvó, que también los hay -“entrenamiento gratuito”-, aunque sospecho que nos cuesta más aprender en esos casos.

Lo anterior es bastante actual para nosotros en Cobas. Recientemente hemos estado un poco en el punto de mira. La rentabilidad de nuestros fondos no ha sido brillante este año, y parte de la debilidad se debe a nuestra inversión en Aryzta.

Según nuestra filosofía y aplicando nuestro proceso de inversión, desarrollado y afinado durante todos los años de nuestra experiencia colectiva, nos lanzamos a investigar y aprender sobre Aryzta. Le hemos dedicado una cantidad considerable de tiempo y recursos para asegurarnos de que no cometíamos un error. Siempre actuamos así. Y a medida que crecía nuestra confianza también aumentó el peso de Aryzta en el portfolio.

Sin embargo, cometimos un tipo de error diferente. No sobre el negocio o el balance, sino que confiamos demasiado en los gestores y su palabra. Nos dejamos llevar por nuestra buena experiencia anterior con el chairman. Luego llegó la caída, que ha sido “antifrágil”, ya que no ha arriesgado el capital del fondo, gracias a la diversificación. Y gracias al margen de seguridad es probable que recuperemos gran parte de nuestra inversión (aunque no el coste de oportunidad).

En Cobas ya hemos aprendido de nuestro error. Los clientes y nuestras familias nos preguntan sobre el caso Aryzta con todo el derecho, examinando nuestro proceso de inversión y nuestras cicatrices emocionales, y nosotros les decimos que estamos listos para seguir adelante y que partimos de cero al decidir si mantener la inversión en la compañía o si invertir en otros negocios, según las rentabilidades relativas ajustadas por riesgo, a día de hoy.

A medida que acumulo horas en moto voy perfeccionando mi conducción. De la misma manera, conforme transcurre el tiempo y los acontecimientos, el proceso de inversión en Cobas sigue perfeccionándose. Las caídas en moto y los errores de inversión casi nunca son gratis, y seguramente eso sea lo mejor para que de verdad aprendamos de ellos. Lo que sí deben ser es suficientemente pequeños para que podamos volver a intentarlo otro día. De este modo, con el paso del tiempo crece la experiencia y mejoran nuestras habilidades como conductores y como inversores. Pues ya lo dice el refrán, la experiencia es la madre de la ciencia.

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